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HISTORIA TORRE RELOJ DE AYERBE

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        LA SINGULAR TORRE DEL RELOJ 

Se trata de una obra realizada a instancias del Concejo, de estilo barroco, erigida entre 1798 - 1799 para albergar el reloj oficial de Ayerbe. Corresponde a un edificio exento de casi 30 metros de altura ubicado en la plaza Baja o de Ramón y Cajal, próximo al antiguo ayuntamiento (actual casa Juanico) y al Palacio de los Urriés o de Ayerbe, resultando ser una construcción singular por no existir este tipo de edificaciones diferenciado de la iglesia o ayuntamiento. Desde su erección es el edificio más alto así como el más representativo y simbólico de la localidad.

En este año, cumple, por lo tanto 210 años.

 

Estructura

De piedra sillar, consta de un cuerpo liso que tiene una sencilla y pequeña puerta adintelada para acceso, situada en la base de su cara oeste (tuvo otra, cegada en la actualidad, en su frente este).

Una cornisa, situada a cierta altura, delimita los dos volúmenes en que se divide la torre; mientras el cuerpo inferior es de planta cuadrada el superior adopta la forma de un octógono irregular. Los espacios originados por los chaflanes existentes en los ángulos tienen unas aletas en forma de volutas, elemento ornamental que casualmente puede verse también en la fachada de la parroquial. Cada uno de los cuatro frentes del cuerpo superior contiene un vano de arco de medio punto enmarcado por pilastras de sillares, cuyas juntas están. rehundidas, creando un decorativo efecto de claroscuro. Sobre ellas hay capiteles de guirnaldas que sostienen una volada cornisa con distintas molduras.

El chapitel es pirámide octogonal recubierto de escamas y coronado por dos campanas, instaladas  dentro de una estructura de forja coronada por un gallo, a modo de veleta, y sobre éste una cruz.

En sus orígenes, este  remate lo constituía un pináculo de piedra  rebajado más tarde para colocar otra campana, para las señales horarias. Esta torre podría decirse que es gemela de la de Sarsamarcuello.

 

Orígenes e historia

Desde 1563 contaba Ayerbe con reloj y campana horaria en la torre de la desaparecida ermita de Santa María de la Cuesta, templo que, según aseguraba la tradición en el siglo XVIII, había sido en lo antiguo parroquia. Desde la Edad Media, las campanas de las iglesias (Ayerbe tenía dos) fueron determinantes en el desarrollo de la vida cotidiana y fue la causa de que el primer reloj se pusiera en la parroquia. Las campanas marcaban las horas de los diferentes actos litúrgicos y señalaban también el ritmo de trabajo. Indicaban incluso el cierre de las puertas de la villa.

Desaparecida por ruina  la torre de Ntra. Sra. de la Cuesta, tan sólo la campana y mazo habían quedado útiles; y con el fin de suplir dicha torre, el ayuntamiento y junta de Propios, después de desestimar el traslado del reloj a la torre o campanal de San Pedro, vio la necesidad de reemplazarla por una nueva.

No teniendo el ayuntamiento recursos para acometer tal empresa, acudió al Real y Supremo Consejo por la vía ordinaria en solicitud de que se le concediese permiso para costear las obras  con cargo al caudal de Propios.

El 23 de diciembre de 1797,los entonces alcaldes, regidores, diputado, sindico procurador, ayuntamiento y Junta de Propios (Vicente Langlés, Antonio Longarón, Ramón Esco, Joaquin Gallego, Pablo del Río y Lacambra, Pablo del Río y Yssarre, Lorenzo Cinto, y Ramón), reunidos con Tomás Gállego, maestro de obras de la villa, ante el notario público de Ayerbe, José Rocha, estimaron las obras, con un reloj nuevo, en 30.588 reales y 8 monedas de vellón.

Practicadas las diligencias oportunas, se sirvió el Real y Supremo Consejo conceder el correspondiente permiso para gastar en la construcción de la enunciada torre y composición del reloj, la cantidad citada, en que había sido trazado el costo, teniendo por conveniente hacer la obra y reparo de lo referido.

 

Condiciones contractuales

 

El contrato expresaba que Tomás Gállego se obligaba a hacer a su coste y expensas la torre para colocar el reloj; de piedra nueva serían los ángulos y aprovechando para lo demás la que se halla en la torre derruida reparando, componiendo, y colocando igualmente a sus expensas el reloj.

Debería concluir la obra e instalar el reloj en la torre en dieciocho meses, plazo que finalizaría para san Juan Bautista (24 de Junio) del año 1799.

Por su parte el ayuntamiento y junta de Propios entregarían, a Tomás Gállego, 30.588 reales y 8 monedas de vellón en cinco partes iguales, por el depositario que se nombrase de dicho caudal. La primera entrega se efectuaría  al comenzar la obra  y las restantes se harían conforme se fuera adelantando.

En un principio se proyectó una torre semejante a la derruida pero Tomás Gállego, al considerar que dicha torre no sería suficiente y que no tendría las proporciones que correspondían, presentó un nuevo proyecto con mejoras útiles y ventajosas.

Al ayuntamiento le pareció bien este nuevo proyecto y Gállego, en compensación al mayor trabajo a efectuar, puso algunas condiciones, que serán admitidas: debería contribuir el pueblo con la conducción de materiales hasta poner los necesarios al pie de la obra; igualmente contribuirían los vecinos con el peonaje que necesite para la escombra y descubrimiento de pedrera y también tendría que contribuir el pueblo con los peones que fueran menester para hacer la leña empleada en cocer la cal necesaria en obrar la torre.

Ahora bien, si el pueblo se negaba a contribuir en alguna de estas cláusulas, Tomás Gállego acabaría la obra conforme al primer proyecto.

El incumplimiento del contrato, por cualquiera de las partes, estaba respaldado con las personas y bienes del que lo quebrantara.

En  fecha desconocida, finales del siglo XIX o principios del XX, se añadió una segunda campana que toca los cuartos de hora.

El 9 de septiembre de 1960, fue sustituido este reloj por uno eléctrico, en el que el péndulo no se movía gracias a la acción de la fuerza de la gravedad sobre una pesa, sino mediante un electroimán. Además se añadio una segunda esfera que mira a noreste. Los trabajos para hacer el hueco y posterior acomodo de esta segunda esfera fueron realizados por Jesús Giménez Salas, José Giménez Nisarre y Antonio Latorre.

Por orden del 7 de enero de 2003, el Departamento de Cultura y Turismo del Gobierno de Aragón, declaraba Bien Catalogado del Patrimonio Cultural Aragonés esta torre. En el año 2006 se instaló un reloj electrónico desapareciendo toda la maquinaria vieja

 

 

Ubicación urbana y funcionalidad

 

Su emplazamiento se debe a estar situada junto a la sede del Concejo en el momento de su construcción. Por el cimiento necesario para la altura que precisaba, se hizo en el llano, a corta distancia  y delante de la Casa de la Villa, poniendo una esfera de reloj mirando a sureste.

El reloj de herrero o mecánico que se colocó en un principio requería esta altura de torre para su funcionamiento. Estaba accionado por una pesa que pendía de una cadena. El funcionamiento del reloj estaba regulado por un mecanismo denominado escape. La tracción de la pesa se producía sólo cuando el escape liberaba a intérvalos regulares el mecanismo de relojería, con lo que se producía el avance. Cada hora en punto, se accionaba un sistema que permitía que un martillo golpeara una campana el número de veces correspondiente a la hora marcada. La pesa tardaba veinticuatro horas en llegar al suelo y se hacía un remontaje manual. El material del que estaba hecho (hierro o acero) sufría de la expansión y contracción que provocan los cambios de temperatura, causa que lo hacía inexacto en un rango de 15 a 30 minutos al día por lo que tenía que ser ajustado diariamente.

 

Curiosidades

 

Las tiene, como muchos edificios históricos; según la tradición popular, los ayerbenses levantaron esta torre para poner un reloj y no tener que mirar al de sol que existe en la fachada del palacio de los Urríes y  para que dejara de ser el palacio el edificio más alto de la villa.

Desde 1960 en que fue alojada en la torre, durante muchos años funcionó una sirena que sonaba a las horas de apertura y cierre de los comercios. También con ella se avisaba de la existencia de algún incendio.

 

       Chesús Á. Giménez Arbués y Pepe Bescós

 

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